Basta con que un día te digan algo para que la realidad te dé de bruces en la cara. Esa realidad que te hace darte cuenta de que ya no son tan niños. Y cuando llega esa día no puedes más que sentirte triste.
Todos crecemos. A todos nos dicen "madre mía, qué grande estás ya, cómo has cambiado, eres una mujer", etc. Pero yo en mí no lo noto. Y sin embargo, ahora que soy más adulta, miro a los pequeños de mi familia, y veo que ya no son tan pequeños, que del mismo modo que yo he crecido, ellos también lo hacen.
El otro día, uno de los pequeños me dijo algo que me hizo reaccionar y pensar "joder, es que ya no es tan pequeño!". Y me dio por pensar. Que como él, hay muchos más en mi familia, que ya no son tan niños. Entonces me entró descaradamente el síndrome de Peter Pan. De verdad que tuve unas ganas irrefrenables de parar el tiempo, de volver atrás, de poder congelar sus edades para que no creciesen más. Para que siempre pudiesen seguir siendo niños, esos niños pequeños que ríen, saltan, juegan, lloran, que son felices... que te necesitan. Pensé que quién pudiera volver atrás... Lo deseé de veras. Antes todo era mucho más fácil. No se es consciente de los problemas y sólo te preocupas por jugar. No se tienen responsabilidades, no hay que cumplir con la sociedad. Por eso quise volver atrás. O al menos que ellos, los pequeños ya no tan pequeños, no creciesen más. Que se quedasen siempre en esa edad maravillosa de la cual, en ese momento, queremos escapar, y a la cual, cuando ya se pasa, sólo soñamos con volver.