lunes, 21 de enero de 2013

Analogías

Esta noche pido anestesia intravenosa para dormir, para dormir y no pensar. Que mi cabeza caiga sobre la almohada y que el choque con Morfeo sea fulminante y certero.
Anestesia para, en el caso de soñar, "si te he visto, no me acuerdo". Para respirar pausadamente y sólo llegar a contarme tres inspiraciones, que la cuarta sea una voz en off de la que no reconozca ni la sombra.
Pido anestesia intravenosa, la pido porque sin ella sé que esta noche no pego ojo, que los problemas (o al menos, lo que yo llamo "mis problemas") me van a taladrar la cabeza igual que cuando el vecino se compra un cuadro nuevo. Sé que voy a ver flotando aislantes térmicos y que cubiertas inclinadas me van a perseguir en medio de un laberinto de talleres comunes de vecinos artesanos en una parcela común con dilemas aún sin resolver. Sé que en cuanto cierre los párpados y las fachadas se desarmen van a llegar tus ojos, a los que apenas recuerdo, para ser ellos los que me desarmen a mí, y entonces voy a llorar hasta que me duela la cabeza, hasta que me duela tanto que tenga que levantarme a por un gelocatil y a sonarme la nariz. Probablemente, si me quedase dormida, sería muy tarde y tendría pesadillas, si es que no considero ya pesadillas que me persigan proyectos sin salida, proyectos donde cambiar tu sonrisa por un par de pilares que salven las luces entre paredes infinitas. Paredes. Paredes que limitan. Que limitan el contacto entre nuestras pupilas. Paredes sin puertas que me encierran y a las que no puedo golpear. Y a esas paredes le siguen techos, techos situados también en el infinito y que no dejan pasar por ninguna rendija ni una pizca de aire con el que llenar mis pulmones, encharcados al mismo tiempo por el agua de una humedades intersticiales que se reflejan en el aislante y en mis dedos. Esos mismos dedos que buscan tu cara entre sueños, que buscan a tientas y se quedan sin nada.

Una pesadilla en planta y sección reflejada a plena luz del día. Una pesadilla con unos ojos tan hermosos que, hasta cerrados, rompen mis esquemas de simetría.

jueves, 3 de enero de 2013

Debilidades

A veces pienso que qué pena que tengamos tiempo libre para reflexionar, pues muchas veces darle vueltas a la cabeza no hace más que castigarnos la conciencia y arrojar un jarro de agua fría en nuestras ilusiones.

"Y pasarán más de mil años, y desapareceremos, pero algo nunca va a cambiar mientras sigamos viviendo dominados por el miedo, y no lo sepamos enfrentar."

Y pasaran más de mil años, sí, y si alguno de nosotros sigue aún rondando por aquí, es posible que hasta haya cambiado la composición de su piel, el color de sus mejillas. Es posible que haya cambiado el ruido de las calles, los colores de las flores y los acordes de las risas. Por cambiar, seguro que hasta el viento modera su velocidad con la orden de una máquina desarrollada por "personas" que poco se parecen ya a lo que hoy día mora estas ciudades. Cambiarán las palabras, los abrazos y las caricias, las formas de decirse al oído mil mentiras. Cambiarán tanto esas mentiras que, casi si lo hiciesen un poco más, serían "verdad".

Aunque quizá no haya que esperar tantos años, y mañana mismo cambie la forma en que me miras, el surco sutil de tu sonrisa. Quizá mañana mismo mude mi insomnio a otra cabeza y me deje cambiar de sueños y de pesadillas. Por cambiar, podrían hasta los más profundos ideales, si viene un torbellino de fuertes dimensiones a golpear sus cimientos. Por cambiar... hasta el tembleque de mis rodillas.

Pero, amigos, y a esto es a lo que se resume todo, hay cosas, que nunca cambian. Y cada uno sabe cuáles son las suyas propias. Llamémoslas, por qué no, debilidades.