lunes, 10 de septiembre de 2012

Cuántos de mis besos cabrían en tu cuello.

Te vislumbré de repente entre aquella multitud desenfrenada. No podría haberte encontrado su hubiese querido y, sin embargo, destacabas como un semáforo en rojo a media madrugada.

Más de una vez me crucé con tus ojos. Creo que eran color avellana. No lo recuerdo. Lo cierto es que pasaron a un segundo plano cuando vi la curva de tus labios. La suave línea que los dibujaba se me antojaba demasiado. El surco sutil y hermoso se rompía en cada sonrisa y se quebraba en cada carcajada para volver a recomponerse al sostener un Marlboro. 

Más de una vez me crucé con tus ojos. Y, seguramente, si después de esa noche te hubiese vuelto a ver, serían esos ojos los que me traerían por la periferia de la cordura. Pero me entretuve esta vez en tu cuello. 
Cada minuto más segura de que si  Vitrubio o Da Vinci lo vieran, llorarían de la emoción al ver tal despliegue de perfección áurea. 

Me entretuve calculando cuántos de mis besos cabrían en tu cuello. Si volvería a ver la línea dulce de tus labios. Miles de decibelios a mis espaldas y juro que casi podía oírte respirar.

No sé si eran color avellana, tirando a negros, esos ojos, dueños de esos labios y de ese cuello. No sé la proporción de tus ideas ni los límites de tus miedos. No sé a qué saben tus recuerdos ni porqué has decidido matarte lentamente a cigarrillos consumiendo los minutos. 

A lo mejor sí que estoy ya en esa franja, al borde de la locura, y esto no ha sido más que un sueño.




2 comentarios:

  1. Más que extasiada, temblando me hallo. Te superas cada día, no sé cómo lo haces.

    Que sepas que me ha encantado, y que te echo de menos.

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  2. Un millón de gracias serían pocas.

    ¡Yo también te echo de menos!

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