Más de una vez me crucé con tus ojos. Creo que eran color avellana. No lo recuerdo. Lo cierto es que pasaron a un segundo plano cuando vi la curva de tus labios. La suave línea que los dibujaba se me antojaba demasiado. El surco sutil y hermoso se rompía en cada sonrisa y se quebraba en cada carcajada para volver a recomponerse al sostener un Marlboro.
Más de una vez me crucé con tus ojos. Y, seguramente, si después de esa noche te hubiese vuelto a ver, serían esos ojos los que me traerían por la periferia de la cordura. Pero me entretuve esta vez en tu cuello.
Cada minuto más segura de que si Vitrubio o Da Vinci lo vieran, llorarían de la emoción al ver tal despliegue de perfección áurea.
Me entretuve calculando cuántos de mis besos cabrían en tu cuello. Si volvería a ver la línea dulce de tus labios. Miles de decibelios a mis espaldas y juro que casi podía oírte respirar.
No sé si eran color avellana, tirando a negros, esos ojos, dueños de esos labios y de ese cuello. No sé la proporción de tus ideas ni los límites de tus miedos. No sé a qué saben tus recuerdos ni porqué has decidido matarte lentamente a cigarrillos consumiendo los minutos.
A lo mejor sí que estoy ya en esa franja, al borde de la locura, y esto no ha sido más que un sueño.
Más que extasiada, temblando me hallo. Te superas cada día, no sé cómo lo haces.
ResponderEliminarQue sepas que me ha encantado, y que te echo de menos.
Un millón de gracias serían pocas.
ResponderEliminar¡Yo también te echo de menos!