Me he saltado muchas tardes de escribiros, de escribirme. Me he olvidado en un cajón las ganas de desahogarme y de llorar frente a estas teclas que tanto me han ayudado millones de veces. Cosas que han ocurrido y que no he plasmado, otras que sí y no se merecían tanto tiempo si acaso. Han desaparecido las noches de susurros al teclado y de contarle historias que estos lunares han guardado.
Me ha saltado contaros, contarme, cosas tristes, de esas de llorar largo y tendido, y quizá fuera por eso por lo que no quería escribirlas, para no desarmarme más de lo preciso. Me he saltado contaros momentos tan felices y exultantes que no habría palabras que pudiesen describirlos o, al menos, palabras que les hiciesen justicia.
El caso es que, a pesar de todo lo que no os he dicho en este tiempo, siempre, y no sé ya si por inercia, costumbre o nostalgia y mansedumbre, siempre, por estas fechas, no se me olvida dedicarle unas pocas letras, que no le quedan ni a la altura de esos tacones suyos que vencieron con su arquitectura estética a las calles de París. Me enseñó que hay que esperar, con la respiración incesante y controlada, a nuestros sueños, y que las madres siempre nos aguardan con los brazos abiertos por si volvemos.
No se me olvida que nada más entraste por esa puerta, a los 2 minutos ya había aprendido algo nuevo. La palabra 'bullicio' no se me olvidara nunca. Te lo prometo.
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