Pagaba por volver a ese lugar. A esas calles de adoquines rojos.
Quedé atada a esa ciudad y no es la primera vez que escribo sobre ella y probablemente no sea la última. Es el único modo que tengo de mantener este romance caprichoso que separan unos cientos de kilómetros.
Cierro los ojos y sólo sueño con volver. Volver a pisar esos adoquines, volver a pasear hasta perderme de nuevo. Volver para regresar. Y volver a echar de menos.
Estoy vinculada a ella desde lo más profundo de mi estómago, desde el nudo más enredado de mi esófago, ese que se forma cuando aguantas las ganas de llorar.
La línea que nos une cada vez está más tirante, en cualquier momento se va a romper dándome un latigazo que me haga imposible aguantar estar lejos de ella.
Amo esa ciudad. Desde el más insignificante detalle que la conforma.
Quizá lo único que deteste de ella sea lo mucho que la echo de menos, lo mucho que la quiero para el poco tiempo que la tuve.
No sé exactamente cuál fue la razón que me impulsó a crear este blog, o quizá si la sepa y pretenda huir de ella.

sábado, 22 de febrero de 2014
martes, 11 de febrero de 2014
Tengo el detonante.
Tantas horas gastadas en algo que ya compone tu organismo en un porcentaje más alto que el agua. Llega a formar tanta parte de ti que cuando no tienes que emplearte a fondo con ello el tiempo se dilata y no sabes cómo usarlo. Tantas horas, tanto esfuerzo y tanto sueño. Discusiones, gritos y, a veces, silencios. Cuando algo forma tanta parte de tu vida que, si te va bien, todo lo demás no importa y, si te va mal, todo lo demás, tampoco importa. Puedes pasar de un extremo al otro en 5 minutos que dura una corrección, en 5 horas que dura un examen. Es como una novia celosa que no te comparte. Te absorbe. Y a veces te hace feliz y otras tantas un desgraciado. Aunque un desgraciado con vocación, ojeras y alguna que otra dioptría. Es tan jodidamente visceral... No se puede pasar por esa escuela sin dejarte en ella, literalmente, sangre, sudor y lágrimas. El problema está cuando lo que pasa es esa escuela eclipsa lo que pasa fuera de ella y, todo lo demás, no importa. Y te dejas las lágrimas tanto dentro, como fuera.
Así es cómo te sientes cuando pones toda la carne en el asador y se te quema.
Así es cómo te sientes cuando pones toda la carne en el asador y se te quema.
lunes, 3 de febrero de 2014
A ninguna parte, por favor.
Me pido disculpas a mí misma por si lo que escribo no está a la altura de las expectativas. Bien sabemos tú y y yo que con el corazón contento no se escriben buenos versos. Ya lo dijo Unamuno, a su manera.
Hace tiempo que pedí un billete sólo de ida sin saber que estaba obligada a volver. De ida a donde las cosas no duelen, no se sienten. Donde la cabeza tiene dictadura férrea y el corazón se limita a obedecer, sin preguntarse el porqué. Un billete de ida a los instantes neutros de miradas ausentes.
Sin darme cuenta, estaba obligada a volver. A volver a dónde los ojos escuecen, dónde hay sueño y cansancio y donde las manos frías duelen. Volver a los sitios llenos de recuerdos, volver a esos recuerdos. Estaba obligada a volver a pasar miedo, a volver a pasar incertidumbre, esa que tanto me pesa en los bolsillos.
Pero una de cal siempre conlleva otra de arena. Sentir frío significa ausencia de calor. Calor. Se me olvidaba que sentir era una balanza. Un día está en la base y otra en el alza. Los ojos escuecen de risa, del sueño de haber soñado despierta. Y los recuerdos... Los recuerdos, aún siendo tristes, te hacen fuerte, te ayudan contra ese miedo. Un miedo sin fundamento, al fin y al cabo.
Cuando pedí el billete sólo de ida, quería librarme de todo lo malo que conlleva que el corazón lleve la voz cantante. Pero se me olvidaba que en el camino se quedarían otras cosas. Cosas que te pueden hacer llorar, sí, sentir miedo, también. Pero son cosas que te hacen ser lo que eres, y te hacen feliz también, en cierto modo. Y perderlas no merece la pena.
Hace tiempo que pedí un billete sólo de ida sin saber que estaba obligada a volver. De ida a donde las cosas no duelen, no se sienten. Donde la cabeza tiene dictadura férrea y el corazón se limita a obedecer, sin preguntarse el porqué. Un billete de ida a los instantes neutros de miradas ausentes.
Sin darme cuenta, estaba obligada a volver. A volver a dónde los ojos escuecen, dónde hay sueño y cansancio y donde las manos frías duelen. Volver a los sitios llenos de recuerdos, volver a esos recuerdos. Estaba obligada a volver a pasar miedo, a volver a pasar incertidumbre, esa que tanto me pesa en los bolsillos.
Pero una de cal siempre conlleva otra de arena. Sentir frío significa ausencia de calor. Calor. Se me olvidaba que sentir era una balanza. Un día está en la base y otra en el alza. Los ojos escuecen de risa, del sueño de haber soñado despierta. Y los recuerdos... Los recuerdos, aún siendo tristes, te hacen fuerte, te ayudan contra ese miedo. Un miedo sin fundamento, al fin y al cabo.
Cuando pedí el billete sólo de ida, quería librarme de todo lo malo que conlleva que el corazón lleve la voz cantante. Pero se me olvidaba que en el camino se quedarían otras cosas. Cosas que te pueden hacer llorar, sí, sentir miedo, también. Pero son cosas que te hacen ser lo que eres, y te hacen feliz también, en cierto modo. Y perderlas no merece la pena.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Cuando el hambre aprieta
Ni con agua caliente, como se suele decir, hay manera de sacarlo de mi cabeza. Está ahí, en primer plano, protagonista absoluto y sonriente del acto o bien escondido entre las sombras y disimulando que sabe que es lo único que importa.
Recuerdos que se aferran como si de un virus se tratase, como un rumor que recorre rápido todo el cuerpo y que ya no hay quien lo pare.
Cuando el hambre aprieta, mis manos teclean.
Recuerdos que se aferran como si de un virus se tratase, como un rumor que recorre rápido todo el cuerpo y que ya no hay quien lo pare.
Cuando el hambre aprieta, mis manos teclean.
lunes, 28 de octubre de 2013
Otro aniversario en el tintero
Me he saltado muchas tardes de escribiros, de escribirme. Me he olvidado en un cajón las ganas de desahogarme y de llorar frente a estas teclas que tanto me han ayudado millones de veces. Cosas que han ocurrido y que no he plasmado, otras que sí y no se merecían tanto tiempo si acaso. Han desaparecido las noches de susurros al teclado y de contarle historias que estos lunares han guardado.
Me ha saltado contaros, contarme, cosas tristes, de esas de llorar largo y tendido, y quizá fuera por eso por lo que no quería escribirlas, para no desarmarme más de lo preciso. Me he saltado contaros momentos tan felices y exultantes que no habría palabras que pudiesen describirlos o, al menos, palabras que les hiciesen justicia.
El caso es que, a pesar de todo lo que no os he dicho en este tiempo, siempre, y no sé ya si por inercia, costumbre o nostalgia y mansedumbre, siempre, por estas fechas, no se me olvida dedicarle unas pocas letras, que no le quedan ni a la altura de esos tacones suyos que vencieron con su arquitectura estética a las calles de París. Me enseñó que hay que esperar, con la respiración incesante y controlada, a nuestros sueños, y que las madres siempre nos aguardan con los brazos abiertos por si volvemos.
No se me olvida que nada más entraste por esa puerta, a los 2 minutos ya había aprendido algo nuevo. La palabra 'bullicio' no se me olvidara nunca. Te lo prometo.
Me ha saltado contaros, contarme, cosas tristes, de esas de llorar largo y tendido, y quizá fuera por eso por lo que no quería escribirlas, para no desarmarme más de lo preciso. Me he saltado contaros momentos tan felices y exultantes que no habría palabras que pudiesen describirlos o, al menos, palabras que les hiciesen justicia.
El caso es que, a pesar de todo lo que no os he dicho en este tiempo, siempre, y no sé ya si por inercia, costumbre o nostalgia y mansedumbre, siempre, por estas fechas, no se me olvida dedicarle unas pocas letras, que no le quedan ni a la altura de esos tacones suyos que vencieron con su arquitectura estética a las calles de París. Me enseñó que hay que esperar, con la respiración incesante y controlada, a nuestros sueños, y que las madres siempre nos aguardan con los brazos abiertos por si volvemos.
No se me olvida que nada más entraste por esa puerta, a los 2 minutos ya había aprendido algo nuevo. La palabra 'bullicio' no se me olvidara nunca. Te lo prometo.
viernes, 5 de julio de 2013
Ahora que vamos despacio
Llevo 20 minutos contados por reloj escribiendo y borrando, escribiendo y borrando.
Tantas cosas que contar, que contarme, y no me salen las palabras, las adecuadas.
Voy a, como dice la canción, contar mentiras, contarme mentiras y pensar que esta calurosa estación se hará llevadera, y prometo intentar no perder mucho tiempo pensando que lleva en la cara escrito un poema.
sábado, 23 de marzo de 2013
Casi dos.
Valiente par de luceros se ha perdido el firmamento dejando en tus cuencas dos de sus zafiros más hermosos.
Que si la envidia fuera tiña, el cielo vestiría siempre de rojo, dejándose llevar por la ira que le produce la belleza de tus ojos.
lunes, 21 de enero de 2013
Analogías
Esta noche pido anestesia intravenosa para dormir, para dormir y no pensar. Que mi cabeza caiga sobre la almohada y que el choque con Morfeo sea fulminante y certero.
Anestesia para, en el caso de soñar, "si te he visto, no me acuerdo". Para respirar pausadamente y sólo llegar a contarme tres inspiraciones, que la cuarta sea una voz en off de la que no reconozca ni la sombra.
Pido anestesia intravenosa, la pido porque sin ella sé que esta noche no pego ojo, que los problemas (o al menos, lo que yo llamo "mis problemas") me van a taladrar la cabeza igual que cuando el vecino se compra un cuadro nuevo. Sé que voy a ver flotando aislantes térmicos y que cubiertas inclinadas me van a perseguir en medio de un laberinto de talleres comunes de vecinos artesanos en una parcela común con dilemas aún sin resolver. Sé que en cuanto cierre los párpados y las fachadas se desarmen van a llegar tus ojos, a los que apenas recuerdo, para ser ellos los que me desarmen a mí, y entonces voy a llorar hasta que me duela la cabeza, hasta que me duela tanto que tenga que levantarme a por un gelocatil y a sonarme la nariz. Probablemente, si me quedase dormida, sería muy tarde y tendría pesadillas, si es que no considero ya pesadillas que me persigan proyectos sin salida, proyectos donde cambiar tu sonrisa por un par de pilares que salven las luces entre paredes infinitas. Paredes. Paredes que limitan. Que limitan el contacto entre nuestras pupilas. Paredes sin puertas que me encierran y a las que no puedo golpear. Y a esas paredes le siguen techos, techos situados también en el infinito y que no dejan pasar por ninguna rendija ni una pizca de aire con el que llenar mis pulmones, encharcados al mismo tiempo por el agua de una humedades intersticiales que se reflejan en el aislante y en mis dedos. Esos mismos dedos que buscan tu cara entre sueños, que buscan a tientas y se quedan sin nada.
Una pesadilla en planta y sección reflejada a plena luz del día. Una pesadilla con unos ojos tan hermosos que, hasta cerrados, rompen mis esquemas de simetría.
jueves, 3 de enero de 2013
Debilidades
A veces pienso que qué pena que tengamos tiempo libre para reflexionar, pues muchas veces darle vueltas a la cabeza no hace más que castigarnos la conciencia y arrojar un jarro de agua fría en nuestras ilusiones.
"Y pasarán más de mil años, y desapareceremos, pero algo nunca va a cambiar mientras sigamos viviendo dominados por el miedo, y no lo sepamos enfrentar."
Y pasaran más de mil años, sí, y si alguno de nosotros sigue aún rondando por aquí, es posible que hasta haya cambiado la composición de su piel, el color de sus mejillas. Es posible que haya cambiado el ruido de las calles, los colores de las flores y los acordes de las risas. Por cambiar, seguro que hasta el viento modera su velocidad con la orden de una máquina desarrollada por "personas" que poco se parecen ya a lo que hoy día mora estas ciudades. Cambiarán las palabras, los abrazos y las caricias, las formas de decirse al oído mil mentiras. Cambiarán tanto esas mentiras que, casi si lo hiciesen un poco más, serían "verdad".
Aunque quizá no haya que esperar tantos años, y mañana mismo cambie la forma en que me miras, el surco sutil de tu sonrisa. Quizá mañana mismo mude mi insomnio a otra cabeza y me deje cambiar de sueños y de pesadillas. Por cambiar, podrían hasta los más profundos ideales, si viene un torbellino de fuertes dimensiones a golpear sus cimientos. Por cambiar... hasta el tembleque de mis rodillas.
Pero, amigos, y a esto es a lo que se resume todo, hay cosas, que nunca cambian. Y cada uno sabe cuáles son las suyas propias. Llamémoslas, por qué no, debilidades.
jueves, 13 de diciembre de 2012
A modo de desahogo
"Ahora que no estás, los árboles del parque juraron no crecer hasta que vuelvas."
Se me atracan las teclas, no sé por dónde cogerlas para ordenarte algunas palabras que limpien un poco mi conciencia al dedicarte tan pocas sonrisas sinceras. He borrado muchas líneas, y lo cierto es que poco de lo que escriba ahora creo que me convenza, puesto que ni yo misma tengo claro qué quiero transmitir. O qué quiero aclararme en mi cabeza.
Tal vez sea un cargo de conciencia, al pensar que estos últimos años podrían haber sido mejores, o que los que están por venir van a serlo, ahora que posiblemente no vayas a estar. Y, en serio, es de las sensaciones más tristes que he experimentado en mi vida. Y ahora estoy llorando, y no es por pensar que te vas a ir, sino por pensar que quizá así todo va a ir mejor. Y eso duele. Duele y martiriza la conciencia.
No te voy a dedicar más líneas porque creo que resultaría moralista e hipócrita, dada la trayectoria que ha tomado nuestra relación últimamente, pero necesitaba hacerlo, aunque fuera, simplemente, ésto.
Abrázame, que tengo frío. Y así también podré desasirme de poemas desprovistos de sentido.
Abrázame, que en esta noche sin dormir he visto más amaneceres de los que pueden asimilar mi ojos.
Se me atracan las teclas, no sé por dónde cogerlas para ordenarte algunas palabras que limpien un poco mi conciencia al dedicarte tan pocas sonrisas sinceras. He borrado muchas líneas, y lo cierto es que poco de lo que escriba ahora creo que me convenza, puesto que ni yo misma tengo claro qué quiero transmitir. O qué quiero aclararme en mi cabeza.
Tal vez sea un cargo de conciencia, al pensar que estos últimos años podrían haber sido mejores, o que los que están por venir van a serlo, ahora que posiblemente no vayas a estar. Y, en serio, es de las sensaciones más tristes que he experimentado en mi vida. Y ahora estoy llorando, y no es por pensar que te vas a ir, sino por pensar que quizá así todo va a ir mejor. Y eso duele. Duele y martiriza la conciencia.
No te voy a dedicar más líneas porque creo que resultaría moralista e hipócrita, dada la trayectoria que ha tomado nuestra relación últimamente, pero necesitaba hacerlo, aunque fuera, simplemente, ésto.
Abrázame, que tengo frío. Y así también podré desasirme de poemas desprovistos de sentido.
Abrázame, que en esta noche sin dormir he visto más amaneceres de los que pueden asimilar mi ojos.
domingo, 18 de noviembre de 2012
Para toda la vida
Vamos a hacernos mayores juntos. Y que por pedir no quede despertarme cada día con las sonrisas que
vistes y que tiñen de alegría mis pupilas. Que tus ojos no se cansen de mirarme y que mi respiración se siga entrecortando al verte. Que ese vuelco literal del estómago, atestado de mariposas, no descanse mientras la sangre nos corra por las venas.
Que no se escapen esas mariposas, que estén durante toda la vida.
vistes y que tiñen de alegría mis pupilas. Que tus ojos no se cansen de mirarme y que mi respiración se siga entrecortando al verte. Que ese vuelco literal del estómago, atestado de mariposas, no descanse mientras la sangre nos corra por las venas.
Que no se escapen esas mariposas, que estén durante toda la vida.
domingo, 28 de octubre de 2012
Los cristales de tu Octubre.
(Hoy voy a escribir para mí y para ella nada más.)
Hace un par de días que salía de la facultad a eso de las siete de la tarde, con la chaqueta puesta y la mochila sobre mi hombro izquierdo, por no perder la costumbre de maltratarme la espalda. Caminaba de vuelta a casa cuando de mis labios salió un "¡Qué bien!¡Huele a frío!", y acto seguido sonreí por lo que acababa de decir. Cómo puede ser que huela a frío, cómo puede ser que me guste tanto esa sensación de dulce y suave quemazón en las mejillas. Acababa de terminar de llover y las calles estaban llenas de charcos y de hojas de los árboles, colmados de pequeñas gotitas transparentes que reflejaban el cielo. Olía a limpio por todas partes, a la alegría de las nubes grises y al césped húmedo atestado de barro. Todos los coches estaban limpios, y apuesto a que también se limpia mi corazón y mi cabeza cuando llueve. Durante ese paseo me di cuenta de que "ya olía a frío".
Pero la llegada del otoño no sólo trae este frío que tanto añoro en agosto: trae consigo los ácaros de abrigos guardados durante meses, paraguas de lunares rojos y guantes de franela deshilachados. Y cristales empañados, y zapatos mojados... Y recuerdos de un par de años ya no tan nítidos como antes. Recuerdos que con el tiempo intentas proteger para que se queden ahí, en tu memoria, sin que sean perturbados o alterados. Pero la memoria no es de hierro, se resquebraja, y, por suerte o por desgracia, esos recuerdos se van deshaciendo, y con el tiempo no quedan más que atisbos de esos días, de esos pocos días, que con tanto empeño tratas de proteger. Para demostrarle a alguien, o a ti mismo, que hay que luchar, que seguir, que la vida es bonita y que se escapa, y que los cristales en otoño se empañan, y que mis ojos en octubre ya casi no lloran.
Proteger los recuerdos de una niña de hace seis años es difícil, sobretodo, sabiendo que es posible que te marcasen más por el hecho de ser una niña. Y pensar que si esos momentos los viviese ahora, quizá no se marcarían tanto, no me agrada. Prefiero seguir pensando que si tengo esos recuerdos, ya bastante gastados, es porque merecen estar ahí. Porque ella se ganó estar ahí. Cada día, aunque fuesen pocos y ya hayan pasado muchos más de los que quisiera.
Que llegue otoño y traiga sus recuerdos rotos. Que octubre empañe los cristales de mis ojos. Y que estos recuerdos me sirvan durante muchos más años para que, mientras te escribo, llore y sonría al mismo tiempo.
Hace un par de días que salía de la facultad a eso de las siete de la tarde, con la chaqueta puesta y la mochila sobre mi hombro izquierdo, por no perder la costumbre de maltratarme la espalda. Caminaba de vuelta a casa cuando de mis labios salió un "¡Qué bien!¡Huele a frío!", y acto seguido sonreí por lo que acababa de decir. Cómo puede ser que huela a frío, cómo puede ser que me guste tanto esa sensación de dulce y suave quemazón en las mejillas. Acababa de terminar de llover y las calles estaban llenas de charcos y de hojas de los árboles, colmados de pequeñas gotitas transparentes que reflejaban el cielo. Olía a limpio por todas partes, a la alegría de las nubes grises y al césped húmedo atestado de barro. Todos los coches estaban limpios, y apuesto a que también se limpia mi corazón y mi cabeza cuando llueve. Durante ese paseo me di cuenta de que "ya olía a frío".
Pero la llegada del otoño no sólo trae este frío que tanto añoro en agosto: trae consigo los ácaros de abrigos guardados durante meses, paraguas de lunares rojos y guantes de franela deshilachados. Y cristales empañados, y zapatos mojados... Y recuerdos de un par de años ya no tan nítidos como antes. Recuerdos que con el tiempo intentas proteger para que se queden ahí, en tu memoria, sin que sean perturbados o alterados. Pero la memoria no es de hierro, se resquebraja, y, por suerte o por desgracia, esos recuerdos se van deshaciendo, y con el tiempo no quedan más que atisbos de esos días, de esos pocos días, que con tanto empeño tratas de proteger. Para demostrarle a alguien, o a ti mismo, que hay que luchar, que seguir, que la vida es bonita y que se escapa, y que los cristales en otoño se empañan, y que mis ojos en octubre ya casi no lloran.
Proteger los recuerdos de una niña de hace seis años es difícil, sobretodo, sabiendo que es posible que te marcasen más por el hecho de ser una niña. Y pensar que si esos momentos los viviese ahora, quizá no se marcarían tanto, no me agrada. Prefiero seguir pensando que si tengo esos recuerdos, ya bastante gastados, es porque merecen estar ahí. Porque ella se ganó estar ahí. Cada día, aunque fuesen pocos y ya hayan pasado muchos más de los que quisiera.
Que llegue otoño y traiga sus recuerdos rotos. Que octubre empañe los cristales de mis ojos. Y que estos recuerdos me sirvan durante muchos más años para que, mientras te escribo, llore y sonría al mismo tiempo.
viernes, 19 de octubre de 2012
Aniversarios con champagne, recitarios de poemas y recuerdos tristes
Qué rápido pasan los días, y qué pronto se dice "ocho meses sin verte".
Ya ni me sirve soñar contigo para quitarme esta abstinencia de tus ojos reflejados en los míos. Dichosos los ojos que te ven. Y nunca mejor dicho.
Como escribí en su momento, si hubiese sabido que iba a estar tanto tiempo sin verte desde entonces, el abrazo de despedida, habría sido mucho más largo. Y, como en ese caso, no me imaginé que mi último recuerdo tuyo serían esas piernecillas largas y canijas alejarse en perspectiva de mis pupilas una noche de febrero. Y desde entonces, aquí estoy, limitándome a relacionarme contigo escribiéndote poemas y gastando mis sonrisas en recuerdos que ya no tienen fecha.
Voy a darle una tregua a tus tardanzas, porque ya se sabe que en esto de la imbecilidad transitoria somos todos idiotas, y yo la primera. Voy a darle una segunda oportunidad a esa silueta desgarbada tuya que tanto tarda en volver a pasar frente a mis ojos y mis abrazos. Pero te advierto que no te demores mucho más, porque también se sabe que el tiempo hace el olvido, y este tiempo entre suspiros se está haciendo ya muy largo y olvidadizo.
Qué rápido pasan los días, y qué pronto se dice "ocho meses sin verte".
Y qué rápido pasan seis años sin ella.
Ya ni me sirve soñar contigo para quitarme esta abstinencia de tus ojos reflejados en los míos. Dichosos los ojos que te ven. Y nunca mejor dicho.
Como escribí en su momento, si hubiese sabido que iba a estar tanto tiempo sin verte desde entonces, el abrazo de despedida, habría sido mucho más largo. Y, como en ese caso, no me imaginé que mi último recuerdo tuyo serían esas piernecillas largas y canijas alejarse en perspectiva de mis pupilas una noche de febrero. Y desde entonces, aquí estoy, limitándome a relacionarme contigo escribiéndote poemas y gastando mis sonrisas en recuerdos que ya no tienen fecha.
Voy a darle una tregua a tus tardanzas, porque ya se sabe que en esto de la imbecilidad transitoria somos todos idiotas, y yo la primera. Voy a darle una segunda oportunidad a esa silueta desgarbada tuya que tanto tarda en volver a pasar frente a mis ojos y mis abrazos. Pero te advierto que no te demores mucho más, porque también se sabe que el tiempo hace el olvido, y este tiempo entre suspiros se está haciendo ya muy largo y olvidadizo.
Qué rápido pasan los días, y qué pronto se dice "ocho meses sin verte".
Y qué rápido pasan seis años sin ella.
jueves, 27 de septiembre de 2012
Cuando recuerdas y lloras
Me podría tirar horas en el balcón de las flores rojas. Podría malgastar, como algunos considerarían, horas de mi tiempo y mi vida mirando tras el cristal de las alturas sostenido entre jazmines y petunias, rojas, azules y amarillas. Horas viendo desde una sola perspectiva cielo, mar y tierra sin apenas girar la cabeza.
Y desde ese sitio preguntarme porqué no se caen las nubes, porqué soportan el peso de la gravedad en lugar de rendirse y echar a llorar dejando nuestros suelos fríos y un olor a limpio que me desgarra la cara a sonrisas. Porqué han de esperar a congregarse unas con otras para tener la suficiente fuerza como para llover, en lugar de hacerlo a su antojo. Y desde ese sitio preguntarme porqué no se caen las nubes.
Ver la gente pasear. Y ver a sus respectivas sombras detrás perseguirles como si de un detective privado se tratase, pegadas a sus talones sin despegarse un ápice. Ni el más joven Peter Pan logró desasirse de su sombra y, cuando lo logró, solo deseaba cosérsela de nuevo a trompicones. Los matices, altibajos, texturas... Desde el balcón de las flores rojas, por poder, puedo detectar hasta los colores de una sombra.
Y desde allí veo la tierra, que hace poco volvió el cielo nocturno naranja y que ahora yace negra entre escarcha y ceniza. Veo verdes árboles civilizados que intentan imitar la pureza de aquellos que no han sido plantados, sino que, simplemente, han sido.
Y veo mar, un mar azul que se extiende desde una punta del balcón hasta la otra. Entonces, al llegar a ese punto de ensimismamiento, puedo ver el blanco de las olas, de la espuma rompiendo en las rocas, a veces incluso me parece oler a sal y arena. De repente siento los pies frios y se me erizan hasta los pelos de la nuca. Se echa de menos, esos paseos, digo, que antes mis pies vivían por esa playa. Y echo de menos esa roca, La isla del tesoro, en la que me podía tirar horas subida jugando y viendo la marea divertirse con la Luna. Tirar piedras saltarinas, y que saltaran pocas, aprender a silbar, recoger conchas y clavarme erizos en los talones. Hasta eso echo de menos. Aquellos tiempos, aquellos años, que de repente al recordarlos acaban de lograr que me ponga a llorar, lo que no han conseguido un día penoso o dos suspensos. Recuerdos. Que no van a volver y que, seguramente, estén escondidos, además de en mi memoria, en algún rincón del mar.
Y desde ese sitio preguntarme porqué no se caen las nubes, porqué soportan el peso de la gravedad en lugar de rendirse y echar a llorar dejando nuestros suelos fríos y un olor a limpio que me desgarra la cara a sonrisas. Porqué han de esperar a congregarse unas con otras para tener la suficiente fuerza como para llover, en lugar de hacerlo a su antojo. Y desde ese sitio preguntarme porqué no se caen las nubes.
Ver la gente pasear. Y ver a sus respectivas sombras detrás perseguirles como si de un detective privado se tratase, pegadas a sus talones sin despegarse un ápice. Ni el más joven Peter Pan logró desasirse de su sombra y, cuando lo logró, solo deseaba cosérsela de nuevo a trompicones. Los matices, altibajos, texturas... Desde el balcón de las flores rojas, por poder, puedo detectar hasta los colores de una sombra.
Y desde allí veo la tierra, que hace poco volvió el cielo nocturno naranja y que ahora yace negra entre escarcha y ceniza. Veo verdes árboles civilizados que intentan imitar la pureza de aquellos que no han sido plantados, sino que, simplemente, han sido.
Y veo mar, un mar azul que se extiende desde una punta del balcón hasta la otra. Entonces, al llegar a ese punto de ensimismamiento, puedo ver el blanco de las olas, de la espuma rompiendo en las rocas, a veces incluso me parece oler a sal y arena. De repente siento los pies frios y se me erizan hasta los pelos de la nuca. Se echa de menos, esos paseos, digo, que antes mis pies vivían por esa playa. Y echo de menos esa roca, La isla del tesoro, en la que me podía tirar horas subida jugando y viendo la marea divertirse con la Luna. Tirar piedras saltarinas, y que saltaran pocas, aprender a silbar, recoger conchas y clavarme erizos en los talones. Hasta eso echo de menos. Aquellos tiempos, aquellos años, que de repente al recordarlos acaban de lograr que me ponga a llorar, lo que no han conseguido un día penoso o dos suspensos. Recuerdos. Que no van a volver y que, seguramente, estén escondidos, además de en mi memoria, en algún rincón del mar.
lunes, 10 de septiembre de 2012
Cuántos de mis besos cabrían en tu cuello.
Te vislumbré de repente entre aquella multitud desenfrenada. No podría haberte encontrado su hubiese querido y, sin embargo, destacabas como un semáforo en rojo a media madrugada.
Más de una vez me crucé con tus ojos. Creo que eran color avellana. No lo recuerdo. Lo cierto es que pasaron a un segundo plano cuando vi la curva de tus labios. La suave línea que los dibujaba se me antojaba demasiado. El surco sutil y hermoso se rompía en cada sonrisa y se quebraba en cada carcajada para volver a recomponerse al sostener un Marlboro.
Más de una vez me crucé con tus ojos. Y, seguramente, si después de esa noche te hubiese vuelto a ver, serían esos ojos los que me traerían por la periferia de la cordura. Pero me entretuve esta vez en tu cuello.
Cada minuto más segura de que si Vitrubio o Da Vinci lo vieran, llorarían de la emoción al ver tal despliegue de perfección áurea.
Me entretuve calculando cuántos de mis besos cabrían en tu cuello. Si volvería a ver la línea dulce de tus labios. Miles de decibelios a mis espaldas y juro que casi podía oírte respirar.
No sé si eran color avellana, tirando a negros, esos ojos, dueños de esos labios y de ese cuello. No sé la proporción de tus ideas ni los límites de tus miedos. No sé a qué saben tus recuerdos ni porqué has decidido matarte lentamente a cigarrillos consumiendo los minutos.
A lo mejor sí que estoy ya en esa franja, al borde de la locura, y esto no ha sido más que un sueño.
martes, 21 de agosto de 2012
El rey de los susurros
Cierra los ojos. Cierra los ojos entre la multitud apabullante y permanece quieto.
Si estás lo suficientemente atento, seguro notarás la brisa que acaricia tus pestañas. La misma brisa que hace ondear el vuelo de una falda que te roza suavemente la rodilla mientras unas piernas la desfilan por la acera.
Podrás oler el perfume del trajeado señor que habla por móvil a escasos centímetros de ti. Pero céntrate en su aroma. Ya dejaremos los sonidos para luego.
También olerías la leche hirviendo de la cafetería que dejaste apenas a unos metros detrás. El pañal del bebé de una madre que aún no se ha percatado de que su pequeño reclama sus cuidados.
Pero ahora viene lo más importante. Al menos, para mí.
Aprieta los ojos, y desembarázate de todos tus sentidos. Olvídate de todas y cada una de las cosas que has captado y vivido.
Deja la mente en blanco, o, al menos, inténtalo (he de confesar que eso es algo que yo todavía no domino).
Quizá entonces, y digo "quizá" porque raras veces yo lo consigo, logres sentir como el mundo se ralentiza. Como se te cuelan entre los poros las más ínfimas caricias que el viento te regala.
Pero más que eso, más que nada, oirás silencio, si estás lo suficientemente concentrado.
Mucha gente no considera el silencio un sonido. Para mi es algo más que eso, algo más bello.
Es como un leve guiño de palabras, tan sutil como una gota de rocío que se derrama del tallo de una rosa.
Tan dulce y delicado como un bebé recién nacido, como una carcajada en el clímax, justo cuando deja de oírse porque necesita tragar aire.
Tan hermoso y placentero como un piropo al oído, tras la oreja, mientras un beso te recorre el cuello.
El silencio. Un susurro que pasa de puntillas para no despertarte de tus sueños, que se agarra con pinzas al tendedero de tu vida y no sale volando nunca. Solo que a veces hace demasiado viento como para oírlo.
Él es mi rey de los susurros, sin ninguna duda. Me encanta esperarle tras la almohada, en la parada del autobús, antes de un examen, en el baño de una discoteca.
Me encanta hablarle y saber que, si no me contesta, es que todo marcha bien.
lunes, 9 de julio de 2012
Que te reflejes en mis vértices verdes.
Te sugiero que dejes el bolígrafo sobre la mesa y vengas a contarme tus historias aún no escritas.
Que me des un beso mientras aún conserves el amargo sabor del vino entre los labios.
Sería capaz de beberlo de ellos a pesar de que lo detesto si el envase no lleva tus ojos.
Que dejemos esta triste y lúgubre sociedad quemándose las manos entre llantos.
Que dejemos esta sociedad gris de monótonos espectros que se alimentan de tus sonrisas.
Y yo no las quiero compartir.
Te sugiero que me mires como nunca lo has hecho. Fíjamente a los ojos mientras la manecilla del reloj
corretea con prisas en tu muñeca. Y que con las mismas prisas que le robes al tiempo, derrames sobre mi hombro el tirante de la camisa.
Que nos deshilemos de elecciones, de caminos, de razones. Que me libres de los recuerdos que encharcan mis vértices verdes. Que llenes estos mismos ojos de la luz que sólo el sol tiene.
Te sugiero que te reflejes en ellos. Porque eso significaría tenerte en frente.
Que me des un beso mientras aún conserves el amargo sabor del vino entre los labios.
Sería capaz de beberlo de ellos a pesar de que lo detesto si el envase no lleva tus ojos.
Que dejemos esta triste y lúgubre sociedad quemándose las manos entre llantos.
Que dejemos esta sociedad gris de monótonos espectros que se alimentan de tus sonrisas.
Y yo no las quiero compartir.
Te sugiero que me mires como nunca lo has hecho. Fíjamente a los ojos mientras la manecilla del reloj
corretea con prisas en tu muñeca. Y que con las mismas prisas que le robes al tiempo, derrames sobre mi hombro el tirante de la camisa.
Que nos deshilemos de elecciones, de caminos, de razones. Que me libres de los recuerdos que encharcan mis vértices verdes. Que llenes estos mismos ojos de la luz que sólo el sol tiene.
Te sugiero que te reflejes en ellos. Porque eso significaría tenerte en frente.
jueves, 14 de junio de 2012
Una ciudad con nombre de vicio
Me enamoré de esa ciudad. Desde el preciso instante en que subí al avión y atravesé las turbulencias.
Me enamoré de sus nubes grises nada más verlas y de sus aceras mojadas cubiertas de charcos limpios aún por pisar.
Me enamoré de sus edificios, de sus ladrillos rojos, del olor a pastel recién hecho de aquella calle.
Del césped verde y húmedo que me estropeó los vaqueros. De sus gentes, de su acento, me enamoré de aquella hora intentando pronunciar la palabra "chocolate" y "fish'n'chips" correctamente. Y me enamoré de la sonrisa de la profesora corrigiéndome. Me enamoré del día en que me perdí en un camino que ya no recuerdo. Del mapa que pinté para no volver a perderme.
Me enamoré del castillo de aquella película, de esas escaleras que tantas veces he visto en la gran pantalla. De aquel árbol en el que escribí mi nombre y la fecha. Me pregunto si aún seguirá legible...
Me enamoré, aunque he de decir que me costó, de sus moquetas y sus gatos maullando todo el tiempo. De dormir con edredón en julio. De ese frío mañanero que te torna rosadas las mejillas.
También de esa cantimplora que mojaba mi mochila a diario, junto con todo lo que había dentro. De esos apuntes que aún conservo. De sus galletas, de ese cine, de ese río que tantas veces sobrepasé. De ese asiento en el que tengo tantas fotos. Me enamoré de la compañía, de la amistad que allí nació, de la gente que conocí y que no he vuelto a ver.
Me enamoré de esa ciudad. Y ahora sólo sueño con volver.
Me enamoré de sus nubes grises nada más verlas y de sus aceras mojadas cubiertas de charcos limpios aún por pisar.
Me enamoré de sus edificios, de sus ladrillos rojos, del olor a pastel recién hecho de aquella calle.
Del césped verde y húmedo que me estropeó los vaqueros. De sus gentes, de su acento, me enamoré de aquella hora intentando pronunciar la palabra "chocolate" y "fish'n'chips" correctamente. Y me enamoré de la sonrisa de la profesora corrigiéndome. Me enamoré del día en que me perdí en un camino que ya no recuerdo. Del mapa que pinté para no volver a perderme.
Me enamoré del castillo de aquella película, de esas escaleras que tantas veces he visto en la gran pantalla. De aquel árbol en el que escribí mi nombre y la fecha. Me pregunto si aún seguirá legible...
Me enamoré, aunque he de decir que me costó, de sus moquetas y sus gatos maullando todo el tiempo. De dormir con edredón en julio. De ese frío mañanero que te torna rosadas las mejillas.
También de esa cantimplora que mojaba mi mochila a diario, junto con todo lo que había dentro. De esos apuntes que aún conservo. De sus galletas, de ese cine, de ese río que tantas veces sobrepasé. De ese asiento en el que tengo tantas fotos. Me enamoré de la compañía, de la amistad que allí nació, de la gente que conocí y que no he vuelto a ver.
Me enamoré de esa ciudad. Y ahora sólo sueño con volver.
sábado, 9 de junio de 2012
6 años atrás.
Nos dijimos tanto
sin apenas palabras.
Nos dimos tanto
que no lo supimos apreciar.
Nos esquivábamos en los pasillos
cruzando miradas llenas de amor que ahora sólo son recuerdos.
Nos cantábamos el uno al otro
sin emitir sonido.
Nos besábamos sin apenas rozarnos.
Y el tiempo enmudeció mi amor.
Nos cogíamos las manos,
aún habiendo kilómetros de distancia que nos separasen.
Nos conocíamos mucho antes de habernos visto.
Nos mirábamos, aún sin querer hacerlo.
Tu boca, mi boca, eran como Sol y Luna,
polos opuestos que se atraen.
Tu cuerpo, mi cuerpo, palabras de frases
que no se pueden romper.
Siempre, nunca,
verdad, mentira.
Tú, yo.
Dos juguetes de la vida
que no se pueden amar.
sin apenas palabras.
Nos dimos tanto
que no lo supimos apreciar.
Nos esquivábamos en los pasillos
cruzando miradas llenas de amor que ahora sólo son recuerdos.
Nos cantábamos el uno al otro
sin emitir sonido.
Nos besábamos sin apenas rozarnos.
Y el tiempo enmudeció mi amor.
Nos cogíamos las manos,
aún habiendo kilómetros de distancia que nos separasen.
Nos conocíamos mucho antes de habernos visto.
Nos mirábamos, aún sin querer hacerlo.
Tu boca, mi boca, eran como Sol y Luna,
polos opuestos que se atraen.
Tu cuerpo, mi cuerpo, palabras de frases
que no se pueden romper.
Siempre, nunca,
verdad, mentira.
Tú, yo.
Dos juguetes de la vida
que no se pueden amar.
viernes, 1 de junio de 2012
Juguemos a un juego.
Juguemos a intentar estremecernos,
a ponernos la piel de gallina,
a sonreírnos en silencio.
Juguemos a sostenernos las manos frías
y así devolverles la vida que el aire les quita.
Juguemos a contar nuestras acompasadas respiraciones,
y ver cómo se aceleran y suspiran.
Inventémonos quimeras,
bailemos entre lunares,
imaginemos la utopía de que
quizá me ames.
Juguemos a mirarnos eternamente.
Apuesto a que tú te cansas antes.
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